martes, 30 de noviembre de 2010

Clase turista.

30 de noviembre. Último día del mes. Tengo que pagar el seguro del auto. Vence mañana a las 12:00 en punto. Ya varias veces Marina -mi broker- me dijo que no pasa nada... que me dan unos días más. Sabelo Marina: Nunca te creí.
Ayer lavé el auto. La última vez todavía era julio. Limpio quedó tan distinto que no creí que fuera el mismo. Brillante su chapa, transparentes sus vidrios.

Duró exactamente 23 horas limpio. Hoy, a eso de las 16:00, se largó a llover. Y yo estaba en Floresta y tenía que ir a pagar el seguro (Maipú y Corrientes). Y pasar por la casa de la provincia de Tierra del fuego (A la vuelta, por Sarmiento). Y por una agencia de turismo (Florida al 800). Todo cerca. Como Rosario.

Salí del trabajo. Una tarde que se hizo corta gracias a un simulacro de evacuación. Me subí al auto y encaré a la primer parada: dejar el auto en la cochera en Congreso.

Llovía un poco. La negra Vernacci se lamentaba de no poder ir este viernes a Tucumán para hacer el programa porque los vuelos y aeroparque y ezeiza y la puta madre llueve y uno no tiene campera, piloto, capote, rompevientos ni paraguas. Uno es un cristiano más que cometió el error de creer las mentiras de Fernando Confesore, las patrañas de Nadia Zyncenko y el azaroso fifty-fifty del Servicio Meteorológico Nacional.

Auto en la cochera. Cruzar plaza Lorea y bajar al subte. Garua. Tren de madera y Perú. Una rápida mirada a la superficie confirma que ya no garua. Ahora llueve. Y mucho.

La gente que bajó del tren conmigo duda en subirse. Algunos maldicen al duo mencionado ut supra y dudan antes de iniciar el ascenso a esa ducha urbana. Yo tengo poco tiempo. En mi cabeza suena la banda de sonido de Corre Lola Corre. Me mando a la escalera, subiendo yo mismo los escalones, más allá del movimiento de estos y gano la calle.

En este caso, ganar la calle, no fue un gran premio. En efecto, ha dejado de llover y ha comenzado a diluviar. Una pared de agua, como solían tener los tenedores libres chinos de hace algunos años, ornamentación que fue reemplazada -no con mucho criterio- por el gatito que mueve frenéticamente la pata de arriba hacia adelante. Supuestamente, ese adefesio atrae los clientes o la buena suerte. Me pregunto como hicieron durante miles de años los chinos para tener suerte, porque esos aparatitos no tienen mucho tiempo en el mercado.

Perú y Av. de mayo. Próxima parada: Banco Ciudad, Florida y Sarmiento. 440 metros. Pero miles de metros cúbicos de lluvia por delante. Primero fui buscando refugio con los techos sobresaliente. No es una idea muy original. En diagonal norte, está parado en doble fila el macri bus de paseo a turistas. No llegaron a ponerle el techo. Parece una pecera. Re Pro. I like it.

Parada técnica. Pasemos billetera, celular, llaves del auto, comando del porton, el diclofenac y el papelito con las direcciones donde tengo que ir a los bolsillos cargo del pantalón. Ah, y los $2 que tengo en efectivo. Cierto, por eso estoy corriendo ya con los pantalones con las botamangas remangadas para el banco, demostrando el teorema de Arquímides cada vez que piso los charcos/lagos de la peatonal.

Llego al banco. Debe ser la primera puerta de cajero automático que está cerrada como corresponde. Bien ahi el banco. Pero llueve cada vez más. Busco la tarjeta, abro la puerta. La tarjeta chorrea. No tiene caso secarla con mi ropa porque mi ropa chorrea. Yo chorreo y el collarín que llevo desde el jueves pasado por mi contractura es de alguna clase de coma espuma... osea, tengo una Mortimer cuadriculada que me rodea el gañote y que el agua que no absorbe agua por supuesto la chorrea. Termino secando la tarjeta con un papel que saco del tacho de basura. Logro sacar plata. Me doy cuenta que no tengo bolsillos secos donde guardarla. Bueno... son solamente dos cuadras por esa pileta de natación a medio llenar en que se transforma la ciudad de Buenos Aires cuando llueve mucho de golpe.

Llego a lo del broker. Marina mira por la mirilla y abre espantada. Literalmente, goteo. Le explico: se largó fuerte cuando estaba a 6 cuadras. Y tenia que pagar el seguro.

Salgo de la oficina de Marina. Miro por una ventana y o bien es un poster Pagsa genial, o bien salió el sol. ¿Fue todo un simulacro? ¿Cómo el de la escuela pero con lluvia? Pero sigo goteando. Me saco el collarin y muevo la cabeza como un perro salido del agua. Empapo el ascensor. Son las 18:20. Tengo tiempo solo para una de las dos cosas que tengo por delante. Estoy más cerca de la casa de Tierra del Fuego. Es a la vuelta y atienden según decía el website, hasta las 19. Mentira. Hablo con una ordenanza que me dice que no tienen sección turismo y que es básicamente, el banco de Tierra del Fuego.

El cielo me carga: Está despejado como si nunca hubiera llovido. Como si toda el agua que chorreo fuera producto de mi imaginación. Vamos a la agencia de turismo. Ya están todos los puestos ambulantes de nuevo en la mitad de la peatonal. ¿De donde salieron? Le pregunto a uno: ¿Posta, llovio? Si, claro me dice con cara de: ¿No te das cuenta que estas empapado, tarado?

Alcanzo la oficina. Llená esta planilla para tener los datos. Los personales... los de estudio no, claro. No flaco: Soy estudiante, dejame darme el gusto de ponerlo. Ok. Ponelo. Pasa por casa. $30. A partir de mañana (Osea el viernes, nada de miercoles) podes pasar a retirar la tarjeta de hosteling. Listo.

Calle nuevamente. No hay una sola nube. Parece joda. Pero estoy empapado y empiezo a sentir frío. Reconocimiento del lugar: Casa que vende regionales para turistas. Contra no soy turista. Pero que joder, ¿Mi plata no vale? Ventaja: Suelen tener talles grandes.

Hola le digo a una de las chicas que mira horrorizada el sendero de gotas que vengo dejando. Le explico que es para no perderme, como Hansel y Gretel. Se rie. Mi sex appeal cotiza en bolsa. Debora me dijo que los chanchos de metal nos íbamos a reconciliar. Empiezo por reconciliarme conmigo. Y si no tienen una remera seca, voy a ser chancho oxidado.

¿Tenés una remera seca de mi talle? Tienen. El local no tiene probador. Me la pruebo sobre la que tengo pegada al cuerpo. Me entra. Mejor dicho, yo entro en ella. Transacción. ¿Querés llevartela puesta? Si, claro. Bueno cambiatela. Te doy una bolsita para la otra. Me quito la remera en un boliche de 2x2 que tiene mates de hueso, banderines y muchas cosas de "recuerdo de buenos aires" en sus estanterías. Me cambio. Me siento Patricia Sarán en el ascensor. 

Gano la calle. De la lluvia ni recuerdos. Sólo queda un poco de agua en el sikus de un falso mapuche que toca sobre un midi Chiquitita. O toca mal, o el sikus tiene agua en el tubo del FA

A las dos cuadras me doy cuenta que tengo una remera de turista. "Argentina, Buenos Aires" tiene bordado. Esta linda y me debe dar aire de no ser de aqui: me ofrecen en portugués dos cenas show de tango, un city tour y una visita al delta del tigre. "Não, obrigado" a los dos primeros. "Gracias, no" el del city tour. "No, gato, el tigre está hasta la chota de mosquitos" al del paseo por el delta. Aun cuando sea el unico delta del mundo con un parque de diversiones del mundo. 
Ah, está bonita la remera... me queda pintada. 




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