En ese año, desde esa corrida tuya a la playa, nos veíamos, hablábamos, nos escuchábamos. Siempre encontrábamos espacio para una cerveza en el Paseo del Sol, o un helado en Victoria Cream, una caminata por Santa Fé o para darle un par de vueltas a los diques de Puerto Madero caminando.
El jueves pasado -un año después- llegué caminando por la playa a la calle que baja del camping del ACA de Mar de Ajó. Y me quedé un rato mirando el mar, muy sucio esa tarde cuando el sol ya me pegaba casi en la nuca y hacia una sombra bastante larga de mi sobre la arena, pensando en vos.
Elegí ese lugar para despedirme de vos porque no tuve ningún otro lugar para hacerlo porque cuando volví de mi viaje me enteré que no estabas mas. Y me pareció muy bien que fuera en tu lugar favorito -no esa playa- sino junto al mar, mirando las olas de la hora en que el mar empieza a borrar castillos de arena, a tapar pozos, a anegar estadios de tejo y de paleta. La hora en que se acallan los pregones de churreros. La hora en que se preparan para brillar sobre el mar la luna y las estrellas.
Estrella del mar, Stella Maris. Si acaso todo lo que vos creías resultara cierto, me habrás escuchado
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