miércoles, 30 de marzo de 2011

El abierto de tenis de Francia.

Todavía no había apoyado los pies en el felpudo que tenía junto a la cama cuando se le vino la idea a la cabeza. Esas asociaciones que Claudio solía hacer inmediatamente después de haber apagado el despertador de un certero manotazo cuando éste, socarronamente, insistía en darle por terminadas las horas de sueño desde hacía años a las 6:25 de la mañana de lunes a viernes. Hacía esas asociaciones como un método para poner su mente en funcionamiento mientras instintivamente buscaba con los pies las ojotas que movidas vaya uno a saber porqué fuerza misteriosa –pensaba Claudio– cambiaban de posición durante la noche y aparecían con más de un metro de separación entre una y otra lo que motivaba que se preguntara en voz alta y con un poco de indignación mezclada con otro poco de intriga: –Pero si yo me senté en la cama y ahí recién me las saqué.
Lo que Claudio no recordaba eran las tres visitas al baño durante la noche.
Y entonces, ya con los pies en esa alfombra peluda iniciaba su secuencia de arranque. Trataba de precisar que número de día era, que día en la semana y cuales eran sus principales actividades para la jornada.
Y esa mañana se le apareció en la lista hacer un llamado a Martín, su hermano, que recién había vuelto de su viaje a París y con quién iba a encontrarse para que le contara sus anécdotas.

Ojotas. Martín. París. Abierto de tenis de Francia. Abierto de tenis de Francia… Abierto de tenis de Francia y Claudio quedó ahí, repitiendo lo de “Abierto de tenis de Francia” hasta que ya irritado lo tuvo que admitir: No podía recordar como se llamaba el torneo.

Baño. Ducha matinal y el calefón apagado. Sopla mucho el viento en invierno, no sea cosa que se apague y volemos todos a la mierda –dice siempre, cada noche: ¿Apagaste el calefon, Marcela? Mira que sopla el viento, etcetera. Claudio mantiene apretado una eternidad la llave para encender el piloto del viejo Universal. Mira la nada. O el calefón, es lo mismo, si está dormido todavía. Y sigue repitiéndose: Abierto de tenis de Francia. Abierto de tenis de Francia. Por lo menos, el piloto quedó encendido.

Claudio canta a veces en la ducha. Él cree que canta un tango pero que ya le varió tanto la letra que ya no canta lo que el cree que canta. Pero eso si se baña antes de cenar. A las 6:25 duerme Marcela y duermen los vecinos. Entonces repasa una vez más: Veintidós, martes. Depositar para cubrir los cheques de Salmun. Pasar por Galli. Buscar precios de los botones. Llamar a Martín. Martín. París. Y una vez más. ¿Cómo se llama el abierto de tenis de París?

Claudio repasa, mientras tiene la cabeza enjabonada y los ojos apretados los ganadores del torneo. Pasan por la cabeza Carlos Moya, Nadal, Kuerten… Gaudio. Ahí está la punta que necesita porque se acuerda bien de esa final azul y blanca entre el Gato Gaudio y Guillermo Coria. Gaudio trepando a la platea. Gaudio llorando. Mamá, papá –empezó diciendo cuando le dieron un micrófono. La noche anterior había sido el casamiento de Cristian y Laura. Una fiesta increíble y no tenía que hacer ningún esfuerzo para recordar esa tarde en la cama, con terrible resaca. Había salido descalzo de la fiesta y se dio cuenta cuando ya estaba en un taxi con Marcela y –ahí no se podía acordar tampoco ese detalle– alguien más que iba para el mismo lado. Hubo que volver al salón. Hubo que escucharla a Marcela quejarse. Hubo que soportar la mirada del tachero por el espejo.

Ahora se enjuaga la cabeza apoyando los brazos contra la pared como si lo hubiera parado la policía para que el agua le corra por el cuerpo y lo despierte cuando cierre primero la caliente y después tratará de aguantar todo lo que pueda la fría.

Se seca usando un método que aprendió viendo a la Pantera Rosa. Nunca –en sus casi 45 años– le salió lo del voleo de taquito a la toalla para dejarla en la bañera. Hoy tampoco. Qué le va a salir si esta pensando en una sola cosa: Abierto de tenis de Paris. Y solamente le sigue saliendo Wimbledon. Pero no, eso es césped y Londres.

Marcela se levanta un rato después que Claudio y antes de acostarse siempre deja café preparado en la cafetera de manera que él sólo tiene que calentarlo en el horno micro ondas, untar un par de tostadas –Diet, de pan negro integral– con queso blanco –port salut, claro y aunque a Claudio le gusta más el de La Paulina, la última vez que fueron a comprar no había, así que es un SanCor el queso de esta mañana.

Una taza de café frío ya puesta en el plato giratorio. Cierra la puerta. Aprieta el botón de cocción rápida y el reloj le muestra 0:15, 0:30 y en ese mínimo instante nota el paralelismo que lo lleva a bifurcarse entre el café y Guillermo Coria sacando 6–7 abajo en el quinto set aquella tarde de junio de 2004.

Gaudio ganó 8–6 el set y se llevó el partido y el torneo. Sí se acordaba ese punto como si lo estuviera viendo: El Gato Gaudio ganando el Abierto de tenis de Francia. Indian Wells tampoco es. Eso es en cemento. Cancha rápida y en los Estados Unidos.

El minuto que le toma al horno pasa y Claudio busca un sobre de edulcorante para el café. Lo lleva junto a la mesa del comedor y se dispone a desayunar mirando los titulares de las 7 de los canales de noticias.

Lo de siempre: Los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires están congestionados. Pero ya no se dice embotellamiento sino caos de tránsito como si los autos estuvieran todos desparramados sin sentido. No. Es un caos prolijo de kilómetros de autos que tratan de ingresar como cada mañana a la ciudad. Por algún motivo que no logra esclarecer, eso sigue siendo noticia y motivo de alerta para los sobreimpresos en las imágenes del noticiero. Cada mañana un par de autos o más resultan sorteados para intentar ocupar físicamente un mismo espacio sobre Panamericana, siempre mano a Capital. Y eso aumenta, obviamente, el caos.

Va a llover, anuncian. Eso más que noticia es posibilidad de noticia. Seguramente no va a llover sino va a diluviar, que es lo que corresponde a una ciudad donde el tránsito es un caos. Años de creer que los brasileros eran exagerados para caer en cuenta que quizás no sea tan así. Siempre puede granizar. Eso resularía en una caos catastrófico por el diluvio y las inundaciones que seguirán al fenómeno meteorológico.

Apaga el televisor y lleva las cosas del desayuno para la cocina cuando la ve a Marcela salir del baño y volverse a la pieza. Ella no lo llega a ver y esa es secretamente, una de las imágenes que más lo excitan de su mujer: verla con esa remera estirada que alguna vez fue de él que le cubre un poco por debajo de la espalda y le permite ver –casi espiar– la redondez de sus nalgas.

Claudio va hasta la habitación. Todavía le quedan unos minutos antes de la campana de largada. Ya está listo para salir. Marcela se sacó la remera. Claudio se acerca a saludarla mientras ella sigue sumergida en la cajonera buscando la ropa para ir a bañarse.

¿Cuándo fue la última vez que tuvieron sexo por la mañana? Una vez –se acuerda, aunque prefiere olvidarlo– pusieron el despertador una hora antes para tener tiempo y no hubo forma. Estaban los dos dormidos. Claudio mira como los senos de Marcela se mueven acompasadamente y procura guardar esa imagen para mejorar algún momento grato del día.

–Marce, me voy. No tiene caso preguntarle a ella por el abierto de tenis de Francia. Marcela odia el tenis. Esa mierda individualista –dice– cuando Claudio mira algún partido. Le gusta el futbol o lo tolera mejor. Tres hermanos varones, fanáaticos de Lanús. Hermanos. Llamar a Martín.
–Voy a llamarlo a Martín. Volvió ya. Lo voy a invitar a que venga el viernes con Fernanda a cenar. ¿Te parece?
–Sí, dale –Marcela se enderezó y se giró hacia Claudio que sumó otra imagen más de su mujer a punto de irse a bañar.
–Pedimos unas pizzas... –Balbuceó Claudio que, o miraba o hablaba. Le gusta Marcela. Lo calienta Marcela. Más de 20 años juntos. Y le gusta.
–¿Pizza? No… Ya que vino de Francia hagamos una fondue y usamos el chirimbolo ese ahí juntando tierra arriba de la heladera. Hay que hacer algo con un toque francés. Pasa delante de el rumbo al baño y le da un beso.

Pizza, Italia. Italia, Roma. Roma también es polvo de ladrillo. Coria también perdió esa final, pero con Nadal al año siguiente de perder con Gaudio la final del abierto de tenis de Francia. Y despues el gallego le ganó a Puerta. Y a Puerta le dio positivo el doping. Otra vía muerta, no le sirvió tampoco.

Más de 20 años juntos. Se conocieron en el 86 en la casa de un amigo de Claudio que tenía un televisor de 29” y ahí se vieron todos los partidos del mundial de México. Corea, 3 a 1, Italia 1 a 1, Bulgaria 2 a 0, Uruguay 1 a 0, Inglaterra 2 a 1, Bélgica 2 a 0 y la final, Alemania Federal –porque había dos Alemanias… Los alemanes siempre tan perfeccionistas tenían un país como backup… o tal vez fuera por aquello del botín de guerra del 45–. Como fuera, 3 a 2 y a cantar México 86, el mundo unido por un balón. 86…

Gaudio ganó 8–6 el quinto set de la final del abierto de tenis de Francia. No logra recordar el nombre, aunque verle los pechos a su mujer por unos segundos desde la puerta de la habitación le había hecho olvidar qué había olvidado.

Llega a la planta baja. Cierra el ascensor y lee los pisos en que esta cada uno. El suyo, en el 0. El otro, en el sexto. Así terminó el primer set. Coria lo aplastó a Gaudio. 0-6. Claudio entonces pensó en que ya debería considerar algún suplemento vitamínico para la memoria. Falopa no –se dijo mientras giraba la llave de la puerta– después me da positivo el doping como a Puerta en Roland Garros. Y entonces cierra los ojos, putea y logra salir triunfal a la calle pensando en sólo una cosa: en que buenas tetas tiene todavía Marcela.

viernes, 4 de marzo de 2011

200 años sin Mariano.

Hoy se cumplieron 200 años del fallecimiento de Mariano Moreno. Nadie dijo nada. No fue recordado en ninguna escuela. No hubo minuto de silencio. No hubo un solo lugar de este país que él alguna vez planeo y que no pudo ver, un homenaje en su memoria.

Moreno era un espíritu revolucionario en serio y no si bien fue un San Martín cruzando los Andes, ni fue un Belgrano quemando Jujuy para que no quedara nada para los españoles ni fue un Güemes usando tácticas de guerrilla en el norte para defender las fronteras de un país que no existía, pero que él alguna vez había imaginado.

martes, 1 de marzo de 2011

China y Bermudas

Ayer me compré dos bermudas. Una, me la probé y me la llevé puesta. La vieja la metí en la bolsa junto con la otra que compré y me fui.
Tiré la bolsa en el asiento de atrás del auto y seguí mi día.

Volvía para mi casa y me recordé que tenía que comprar algunas cosas en el chino. De modo que estacioné el auto, bajé con la bolsa y me fui al super. Si bien ninguno de los chinos me hubiera dicho nada si entraba con la bolsa, la metí en un locker que tienen. Hice mis compras, y me me fui a mi casa.

22:20, hice la gran Kevin pero con la bolsa de las bermudas. Bajé, pero ya estaba cerrado. No me quedó otra que esperar a hoy.

Cuando salgo a la mañana le pregunto a la encargada si sabía a que hora abrían. 8:30... 9... Me fui a laburar y rogué que nadie hubiera visto el locker -sin llave-.

Llego a casa al medidía y ya estaba yendo para el chino cuando la veo a la encargada con la bolsa con mis bermudas.

Si, ya sé... es una anécdota estúpida, pero habiendo tanta gente garca en este mundo, al menos recuperé mis bermudas.

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