viernes, 11 de febrero de 2011

Dias 24 a 29: Puerto Madryn (2)

La primer noche en el hostel palme. Entre haber manejado más de 1000 km, el haber dormido en el auto, la caminata por la playa, el asado y el hecho de tener que levantarme a las 7 para ir a la excursión de los delfines, hizo que me derrumbara en la cama. Desde la cama y entre sueños, escuchaba que abajo había joda... y me propuse no perdérmela la noche siguiente.

Todo empieza en la cocina. El lugar de contacto con los demás empieza ahí. Y la cocina de un hostel es un lugar donde todo el mundo cocina como sabe y como puede, preparando comidas que según la diversidad de gente de distintos países que haya, emanan aromas a los que uno no necesariamente está acostumbrado. Y es genial oler esa mezcla. Y te cruzas de todo... con franceses que se niegan a hablar en otra cosa que no sea francés o español porque quieren practicar, con alemanes que saben que están jodidos a la hora de comunicarse si no le ponen onda con el inglés y con alguno que otro argentino, que te termina preguntando por señas hasta que se da cuenta que uno también es de acá y entonces quiere saber de donde sos, porque ya no basta ser argentino, sino que hay que ser de un lugar, un barrio, una calle porque necesitas sentirte cerca de donde no estás. Todos los franceses son de París, todos los alemanes de Hamburgo, y nuestras propias limitaciones engloban a todos los finlandeses en Finlandia, sin poder precisar aunque sea una ciudad.

De la cocina, al comedor.. si lograste obtener cubiertos a tiempo -porque en El Gualicho los cubiertos son un tanto escasos- y la sobremesa, en el patio-jardín.

El patio-jardín del hostel tiene dos bancos de plaza enfrentados, separados por una mesa ratona que con el correr de las horas y se va poblando de botellas vacias. Nadie sabe de donde salieron tantas. Las debemos haber tomado, uy, qué resaca.
Y ahí hay que ponerle onda al acto comunicativo. Uno se pone a prueba y habla en inglés con un sueco y un israelí, skill que nunca había probado a fondo y que hasta desconocía tener, pero que como ya había superado la prueba con las chicas alemanas de El Calafate y había logrado explicarle a las chicas israelies la humorada de poner mi nombre sobre una etiqueta de cerveza Quilmes copiando la caligrafía por la campaña publicitaria del año pasado, y finalmente la charla con Alisson sobre la guerra de Malvinas, todo en El Chalten... le doy para adelante... Cuando mi viejo me enseñó a andar en bicicleta sin las rueditas fue igual: Yo tenía 6 años... me subí, me hizo pedalear mientras venía al lado mío sosteniéndome y finalmente me dio un envión y yo seguí pedaleando... tambaleé un poco pero no me caí. Bueno, estaba haciendo lo mismo pero con un idioma.

Tenía dos cervezas encima yo... me había hecho unos fideos con putanesca -de las mejores que hice hasta ahora me quedó- por lo que durante la cena había tomado lo que había sobrado del vino que use para la salsa -¿un poco más de media botella?- y para cuando se acabaron las cervezas, no me quedó más remedio que darle una nueva oportunidad al Fernet con coca. Después de disculparme diciendo que uno me gustaba, le dije a una chica de Rosario que estaba en la ronda que me preparara uno. No sé si lo habrá hecho bien o mal y tampoco recuerdo cuantos tomé. Pero en ese estado logré pegarle más o menos coordinadamente a los 4 acordes (Si, Fa, Re, Mi) de la versión bluseada de Hit me baby one more time, como la toca Travis cuando una guitarra criolla cayó en mis manos. Unos cuantos cantaron... Evidentemente, estábamos todos diez puntos.


La guitarra iba pasando de mano en mano, lo mismo que las botellas y los vasos. En algún lapsus de lucidez me percaté que mi habitación estaba escaleras arriba y que si tenía algún tipo de expectativa de dormir en una cama, debía comenzar el ascenso cuanto antes. De modo que no fue ni el glarciar martial, ni el huemul ni ningún otro sendero que subí en el Chalten lo más dificil que subí, sinó esa escalera hasta la habitación 26 aquella noche. Como siempre, estaba de guardia el Dr. Ferrum. La mañana siguiente fue deliciosa. Un poco de arroz con queso, 7up... lo usual.

Después de almorzar, me enteré que Carlos estaba en Rawson. De manera que volví a la ruta 3, pasé por la casa de su suegra y nos fuimos a Playa Unión a que nos sople el viento y a presenciar la playa con mar de fondo. Tomamos unos mates, nos tiramos unos chismes laborales y juntamos coraje para meternos al agua. Al fin de cuentas, para eso habíamos ido. Claro, una vez más, como había pasado en Monte Leon, cuando el agua llegó a la sala de máquinas, aborté la misión.


De regreso en Rawson, una nueva ronda de mate, esta vez con Karina -la mujer de Carlos- para recuperar un poco de calor y vuelta a Madryn con un camión de juguete que le regalaron al hijo de Carlos para el cumpleaños y que ellos no iban a poder llevar en el avión en una bolsa en el asiento de atrás.

Como los efectos de la noche anterior todavía estaban latentes -uno puede sentirse de 20 años, pero el hígado no miente la edad- esa noche fue coquita zero. Zero azucar, Zero alcohol. Y si bien no fue lo mismo, la pasé muy bien hablando con Adelein, una chica francesa, su amiga Stephanie, Lupe, Alejandra, Mauro, Lucas -mis compañeros de habitación-, Jean, otro pibe frances...


Acordamos ir al día siguiente a península Valdes. Yo iría con Adelein y Stephanie. Mauro y Lucas con Lupe y Alejandra. Al fin de cuenta -les dije- mi auto es francés, me voy con las francesas. El de ustedes es un Volkswagen... ¿No cierto que tiene lógica?


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