martes, 21 de diciembre de 2010

Mitología de entre casa, o como escribir cuentos orientales sin ser uruguayo

Un día como hoy, hace cuatro años falleció mi viejo. Como homenaje, posteo un texto suyo.

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Un par de Dioses del Olimpo, hartos de fiestas bacanales, e inmersos en constantes discusiones por sus enfrentadas ópticas sobre cualquier cosa fuera opinable, descendieron a la Tierra. Mientras bajaban por la ladera de la montaña elegida para su lento paseo a terrenales avernos, a encontraron un fatigado pastor. El pobre mortal, exhausto de perseguir sus cabras para reunirlas para volver a su hogar, respiraba agitado sobre una gran piedra a la vera del sendero. Falto de aliento, sólo pudo boquear sin emitir palabra, enfrentado a los dos Dioses. El más joven de ellos, tratando de mantener siempre la delantera, se apresuró a ofrecer sus favores al pastor.

"Pedí, che, con confianza." (Quería ganar un devoto, o un voto, uno nunca sabe con los Dioses). El otro Dios se sumó a la oferta y a todo esto el pastor, seguía sin respirar, mezcla de pavor y cansancio. El más joven, notando la agitación del pastor, supuso enseguida como colmar enseguida las necesidades del pastor. "Veo que querías subir ésta montaña. Ascender sobre tus semejantes, superarlos... Te voy a conceder ese deseo. ¡Irás más alto que todos los pastores de la Tierra!". Al instante el pobre pastor estaba más falto de aire que antes y encima duro de frío, montado en el pico más alto del monte Everest. El otro Dios, que lo había seguido, al rato de observar la escena dedujo que el color azul del pastor y su pertinaz falta de aliento eran síntomas de disconformidad. "¡Ah, estos jóvenes! -sentenció-. Yo sé que tú eres un laborioso pastor, aunque este paisaje es bellísimo, sé que en el fondo, tu única ambición es tu terruño, y trabajar en él todos los días con sustento para ti y tus vecinos por igual. Yo te lo daré".

Otro súbito cambio y el pobre pastor se encontró convertido en una hormiga. Día y noche arrastraba la comida que otras congéneres cortaban, contaban, trasladaban y amontonaban con monótona mirada. Para colmo, la administración de los víveres era algo caótica y si no había poco, otras hormigas siempre se llevaban algo más de lo que les correspondía. Sin olvidar el clima, que cada tanto provenía una lluvia desastrosa.

Un día, arrastrando un trozo de hoja penosamente, noto el temblor que presagiaban unas sandalias con sus correspondientes portadores. Trató desesperado de salir del sendero, y abandono la fila de portadores, más que agitadamente. Escuchó el trueno de dos voces que discutían apasionadamente la futilidad de la existencia de las hormigas y reconoció con angustia a los dos Dioses. Notó que el más joven, había reparado en su búsqueda de protección, huyendo de las filas de sus ahora aplastadas colegas. "¡Qué hormiga más inteligente! -exclamó el joven Dios- Merece mejor destino que un triste agujero oscuro, frío y sin aire. ¡Sol, viento y calor, te doy!". El otro Dios, no quiso quedarse atrás, "¡Serás humano!" -ordenó-. Antes de partir nuevamente como hombre hacia su nueva propuesta, escucho al más joven gritar: "¡Y oro, mucho oro!".

Cuando la caravana que atravesaba el desierto del Sahara lo encontró, seguía tan sin aliento como al principio, medio muerto de sed y rodeado de cofres con monedas de oro. Realimentado y repuesto, luego de cambiar el oro por odres de agua y dátiles, fue llevado ante el jeque que conducía la caravana. Después de escuchar toda la historia atentamente, el jeque siguió con la mirada perdida entre las dunas un instante.
-Perdona pastor, no dudo de tu historia. Sólo algo me causa curiosidad, y si quieres respóndeme.
-Pregunta, hace rato que nadie me deja tiempo para responder y desea escucharme.
-Bien, mi pregunta es: ¿Qué le hubieras pedido a estos dioses?
-Ser ateo –respondió el pastor sin vacilar
Luego de un instante el jeque le respondió: -Hubieras elegido mal, después de todo, fue por ir a la Meca, donde yo creo vive mi Dios, que cruce el desierto. Si no, ahí estarías todavía. No sé si tus Dioses o el mío son más poderosos, pero es seguro de que existen y no necesitan de nuestra opinión.

Moraleja 1:

Uno ya tiene sus propias ambiciones. Sabe más o menos, que es lo que desea. Guárdate de Dioses que, con buena intención, decidan por vos sin escucharte. Son Dioses fanfarrones, huecos, egocéntricos. Esquívalos

Moraleja 2:

No aceptes favores sin medir las consecuencias. Algunos quieren salvar tu alma y olvidan tus tripas. Otros te quieren llenar de oro como una alcancía. Pero una alcancía, por lo común es una cosa hueca, llena de monedas y para el colmo adornada con una porcina y sonriente cara de chancho. Retardado es el Dios abusador, prepotente y sin escrúpulos. Comprará tu alma, quizás para compensar la que él vendió hace rato. Huye raudo.

Moraleja 3:

Trabajar es un medio, no un fin o un propósito esencial. Producir es fenómeno, el trabajo es una función muy útil a la sociedad. Para cuando nos cayó el desalojo del paraíso, dice la leyenda que se nos castigo con el a los hombres en desgracia. El obsesivo, apártalo.

Moraleja 4:

De lo expuesto surge que los dioses, tal y como los conocemos hasta ahora no son más que los pálidos reflejos de nuestras miserias. La divinidad de nuestra existencia es una mera demostración de un algo superior. Dios, naturaleza, evolución, etc. Llámalo como quieras, lector. Tenés ese derecho y ese deber, después de al menos cinco mil años de búsqueda infructuosa de su nombre. Ni hablemos de las cosas que hicimos en ese nombre y ni siquiera sabemos como pronunciarlo. Pero intérpretes y voceros, hay por todos lados. Al místico, ¡juira bicho!

Moraleja 5:

Tal vez, en medio del desierto, perdida la esperanza, encuentra un líder más centrado, racional, pensante. Es superior a muchos Dioses, aunque con menos poderes. Pero te puede salvar la vida. Escúchalo

Moraleja 6:

Pensá rápido y no te agites. La falta de aire, no deja pensar bien. Entonces mejor pensá que querés de la vida. Uno nunca sabe cuando se va a ver un Dios.

Escrito en Mataderos, suburbio muy alejado de El Cario, Bagdag o El Líbano, aunque rodeada de calamidades iguales o parecidas, a los 1991 años, once meses y veintidós días del nacimiento de la gran duda espiritual judeocristiana y a cerca de 1958 años de haber convertido la duda en adornos y estampitas. Curiosa costumbre humana que consiste en guardar las imágenes y hacer bolsa los modelos

Hernán Julio Cesar Pelliza

Con mi viejo, en el Italpark


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