jueves, 21 de enero de 2010

La increíble historia del Principe Bacacay.

Para la que nunca tenía sueño.

Cuando me quise dar cuenta, debía estaba amaneciendo ya que empezaba a hacer un poco de frío. Nunca entendí muy bien porque las noches de verano son calurosas hasta las cuatro y después se vuelven frescas como hasta las seis y pico. No podía dormir del dolor que tenía en los ojos, vendados después de la operación del viernes. Habíamos estado hablando casi toda la noche y sin duda no podría contar nada de aquello. ¿Quién me lo iba a creer?....

–Yo la amo –empezó diciendo una voz, como suplicando que lo escuchara– Y ella... ¡ay! si pudiera acercarme a ella.
–¿Y quién se lo impide? –y le di el pie que esperaba, la noche era agradable como para estar en la calle charlando, aparte me olvidaba un poco del dolor.
–Vea –dijo, aunque yo no podía ver– le voy a contar una historia... Hace muchos siglos, cuando esta ciudad no era más que un caserío cercano a un castillo que como ella, ya no está. En ese castillo vivía la familia real. Usted sabe, el Rey, la Reina y por supuesto, sus hijos, los Príncipes, que eran tres: dos varones y una mujer. El mayor de los Príncipes, llamado Bacacay, sería el sucesor de la corona y como se solía hacer en aquellos tiempos, el Rey lo había prometido en matrimonio con una Princesa de un reino vecino. Según lo acordado entre las casas reales, la boda se realizaría cuando el Príncipe Bacacay cumpliera los 14 años.
–Estratégicamente –siguió contando– la unión de las dos casas reales, la de Hilburn y la de Edminister le daría a ambas un poderío bastante importante y la anexión de tierras redituaría en más riqueza para la nueva casa real. Realmente era conveniente. Claro, que el Príncipe no conocía muy bien a quién sería su esposa y futura Reina, o sí la conocía ya que los había presentado cuando se había anunciado el compromiso real. El tenía 6 años y ella 5. Para cuando el Príncipe cumplió los 13, se habían visto sólo en tres ocasiones y a decir verdad, no habían sido nada gratos esos encuentros. Uno a uno –casi con saña– Bacacay le iba encontrando defectos a su prometida y ésta también hacia lo propio. No se llevaban... Es que fundamentalmente nadie, Reyes, Reinas, cortes y hasta el último plebeyo de cada reino se había preocupado por eso. Era algo natural. Los Reyes insistían: debes hacerlo, eres el Príncipe, piensa en el bienestar de tu pueblo. Los cortesanos decían: debe hacerlo, es su destino su majestad, piense en el futuro del reino. Los plebeyos en tanto pensaban... en pagar los impuestos y que si no le gustaba, que era el precio justo que debía pagar por ser el Príncipe.
Había algo que la Princesa compartía con él: Estaba segura de que no quería casarse con Bacacay. Pero... los Reyes, los cortesanos.... ya le he dicho esto... Sus damas de compañía, instruidas por los Reyes, intentaban mostrar las bondades del Príncipe y lo grandioso que era. Sabe tocar el violín, decía una. Lee tanto como Ud., su majestad, decía otra. Recita poesías en francés y canta operas en italiano, decía una con marcada intensión de darle esperanzas a la Princesa.
Así durante días, meses... Pero, para todas y cada una de las cualidades del Príncipe Bacacay ella tenía una refutación. Si era el violín, ella prefería el piano, si era el francés, ella gustaba de los autores italianos.
Sin embargo sus destinos estaba decidido desde hacía años y la fecha de la boda era cada vez más cercana. Comenzaron los preparativos y, finalmente, la boda se concretó. Los primeros meses fueron para ambos tortuosos y como era de esperar, el matrimonio aun no se había consumado, Usted a sabe a lo que me refiero... lo cual empezaba a preocupar tanto a los padres de Bacacay como a los padres de la Princesa, devenida en Reina a la fuerza.
Al cabo de un tiempo cada uno tenía sendos favoritos. Ella, un conde que solía visitar el palacio real y que poco a poco había ido conquistando a la princesa y Bacacay por su parte conoció a una joven cortesana que cautivó con su belleza y sus modos al Príncipe que olvidó todas las formalidades. Al tiempo, no era secreto de nadie su relación con la joven Lev. Si bien los Reyes no estaban enamorados, por vez primera estaban a gusto. Los monarcas de las dos casas reales que trinaban, pero a la pareja disconforme, poco parecía importarle. Hasta habían acordado la situación que los unía sentimentalmente a sus favoritos de alcoba de mutuo acuerdo.
Cuando esto llegó a oídos del Reyes, los encolerizó. De inmediato sus padres trataron de convencer al joven Rey que debía abandonar a esa joven y, como era de esperar él se negó. Los Reyes de ambas casas estaban ofendidos con él, en especial, la malvada madre de la joven Reina quien no podía soportar que su hija fuera rechazada una y otra vez por su esposo y mucho menos que éste tuviera una relación con Lev.
Entonces fue al encuentro de un mago para intentar por medio de pócimas lograr concretar sus deseos. Y dio con un mago chino, tenebroso e impiadoso que preparó un elixir mágico.
Finalmente el Príncipe vuelto Rey a la fuerza bebió el veneno y su suegra burlona le anotició sobre su destino: Lev y tú se amarán eternamente, pero nunca podrán concretar su amor.

Desde ese día y hasta hoy, el Bacacay fue hormiga cuando la Lev fue una planta, fue luz cuando la Lev fue un espejo, fue un pájaro cuando la Lev fue huracán... ¡¡ah mi amigo!!... Por estos días es gato y ella...
–No diga nada –interrumpí– ella es perro.
–Sí –afirmó–.
Ahí fue cuando escuché el primer maullido... Para un no vidente sin experiencia como yo no era fácil encontrar la fuente de la voz. Pero ante el silencio que vino después de ese maullido, mi curiosidad pudo más y levanté un poco el vendaje que cubría mis ojos. Necesitaba ver.
Y no había nadie. Sólo estaba yo y un gato gris que me vio mirarlo. No hizo nada. No dijo nada. ¿Para qué? Si ya me lo había dicho todo.


0 comentarios:







eXTReMe Tracker
Powered By Blogger